15 de diciembre de 2008

Convivencia escolar: "Un desafío de la tarea educativa actual" (3º parte).

¿Cómo pueden los profesores tratar a los alumnos que son más indisciplinados y que les cuesta seguir órdenes; en definitiva, a aquellos que les es difícil la convivencia con otros?.

La proporción de niños con trastornos de conducta social, definidos como indisciplinados, que no siguen órdenes o que les cuesta la convivencia con otros, cuyo origen estriba en su biología, es muchísimo menor que la proporción detectada en los ambientes escolares respecto a los niños con problemas de conducta.
Una lectura que hace comprensible esta desproporción radica en que la mayoría de los niños y niñas, independientemente de su clase social, han recibido en sus cortas vidas lecciones concretas de violencia, sea física, emocional o sexual. Si otorgamos algún valor a los datos de las encuestas sobre maltrato infantil, es claro que casi el 50% de nuestros alumnos han vivido estas experiencias, uno de cuyos indicadores de traumatización son precisamente los problemas de conducta y la agresividad. Aún más, no es necesario que un niño viva experiencias personales de violencia para que ello afecte su vida, el mero ser testigo de violencia (entre sus padres, o en su ambiente social) puede ser tan dañino como vivirlo en carne propia.
Por otra parte, los mensajes de la cultura y los medios de comunicación permean la mente de los niños, y nadie puede negar que nuestra cultura privilegia la violencia como elemento de entretenimiento y de resolución de conflictos. Quizás entonces, el primer paso del docente para tratar a estos niños no es distinto que el que debe seguir con todos los niños: Verlos como personas, conocer sus historias personales e interesarse por sus vidas. Así, está cimentando, a través de una relación de buen trato y respeto, una capacidad de discernimiento que le permitirá distinguir a un niño que es agresivo desde el dolor de aquél que lo es desde su biología. Y más importante aún, estará estableciendo con los primeros una acción reparatoria que a largo plazo será beneficiosa para el niño.
Obviamente, un camino tradicional consiste en el método punitivo: ahorra energía psicológica y es más efectivo a corto plazo.

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